lunes, 4 de agosto de 2008

Loma de Mejía, la dulce muerte

Leonardo Compañ Jasso
La Jornada Morelos

Ahora, es Loma de Mejía, rincón del Tamoanchan, donde florece el cielo como agua clara entre la seca dureza de las barrancas, bajo el viejo árbol de la vida y las raíces del amate, la flor y el canto, el olor y el color a saber.
Ahora, sí, Loma de Mejía ve cómo le crecen espinas herrumbradas por ley, prepotencia y burocracia para escupir la voz ciudadana, con silencio, puño, bota y fusil.
Antes, fue el Casino de la Selva y su polifonía mural y arquitectónica. El ignorante y el empresario, todavía impunes, la entregaron al gringo depredador, al nuevo abarrotero, que blande puritanismo en vez de puro y vende chorizo y papel sanitario en nombre de Dios.
Antes y ahora el cielo de Cuernavaca se mancha de azul cadáver, de azul bonapartista, vuelto dogma y fe en el dólar; sí, en la basura.
Y allá, donde aún el limo se transforma en pez y la mariposa se confunde con la flor; donde corre Prometeo, embriagado por el fuego original, con la cola quemada, un decreto, otro más, ordena ahogar las aguas claras en el orín y el veneno de los deshechos orgánicos e inorgánicos.
Un decreto, otro, enfundado en letras de soberbia para mejor cometer agravio. No, nadie lo agradecerá, pero el odio y el desprecio abrirán sus alas de murciélago para ensombrecer la siniestra decisión e hincarle los dientes de la infamia.
Una palabra se unirá a otra, un brazo a otro, una casa de campaña a otra, un hombre a otro y una mujer a otra para levantar la Voz. No los vencerá.
Saldrán de sus casas los ciudadanos, las ciudadanas, y hablarán desde su corazón. No, no los vencerá la burocracia ni el trámite ni, mucho menos, las leyes y reglamentos, fabricados para tirar el dinero del pueblo, atado con liga, en burdeles y cantinas. No, no los vencerá.
Correrán entre el viento envirgulecido por los árboles nagual. Ulularán en medio de la noche y entrarán al sueño color asfixia para carcomerle el alma y la fe. Loma de Mejía seguirá, a su pesar.
Cortarán la agujas que disecan las nubes y hacen del cielo un insectario del “voto ciudadano” para transformar la lluvia en veneno y la basura en río. No, no hay poder en la corteza; solo en la carne y en la sangre.
En Loma de Mejía, no habrá astillas ni leña ni hueso ni grano de pus en los helechos y secretos escondrijos, donde el escarabajo es rey y el alacrán se guarece bajo las ramas y las hojas.
No hay miedo ante miedo decretado; únicamente, blasón de libertad. Un hermano y una hermana, un hijo y una hija, dispuestos a quebrantar la autoridad del error para no vender al sueño lúgubre y azul la pureza de la dignidad.
Aún el hueledenoche obsequia su aroma a los ciudadanos que luchan por defender tierra, en tierra del Calpulelque Zapata, mientras los autores del decreto buscan el peso de los párpados, bajo el muelle dulzor de la sábana y la cobija, sobre el lecho. Pero ahí no hay amor; sólo fatiga y hastío, seco hueco de pavimento y casa de cambio.
Manos ciudadanas templan justicia y ley para entrelazarlas a la luna, igual que la araña, por amor a la barranca y al jazmín.
No responden a la injusticia con injusticia, sólo con humanidad de hombres y mujeres, de padres y madres, de hijos e hijas; de nietos y nietas que pugnan porque el tulipán y la bugambilia coronen de morado y rojo, de amarillo y violeta, el respeto a las venas de la vegetación.
Sí, la misma que roerá al mal sueño, a la pesadilla, cuando muera entre la vergüenza y los gusanos.

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